domingo, 24 de agosto de 2008

Ámsterdam, lo que se ve y lo que no

Turismo oculto
 
Esta semana fui a visitar la Casa de Ana Frank. Siempre me interesó el tema de la Segunda Guerra Mundial y había leído el diario. Así que estar ahí en donde la familia Frank, la familia van Pels y Fritz Pfeffer se refugiaron fue muy fuerte.

Por decisión de Otto Frank, padre de Ana y único sobreviviente del grupo, la casa se muestra sin ningún mobiliario lo cual hace que el vacío se sienta más penetrante. Sobre las paredes de la que era la habitación de Ana aún se ven los recortes de las revistas que pegó para decorar el lugar, y en el espacio común están las rayas que hacían en la pared para marcar cuánto crecían. Hay mención de ambas cosas en el diario.



 
Lo interesante es que la Casa es una fundación entonces está comprometida con proyectos educativos de los que participan niños en edad escolar, y además el público puede también votar sobre cuestiones de derecho humanos actuales en un salón interactivo. Es decir, es un espacio que está proyectado al presente y que tiene esta forma: Free2choose. Eso sí el tema inmigratorio y del libre tránsito no está en la agenda...

 
Además visité una iglesia clandestina que funcionó durante el reformismo protestante. Impresionante ver cómo detrás de una fachada como la de cualquier casa común existió una iglesia católica con todos los chiches. Me cuesta creer que nadie se dió cuenta de que ahí se hacían misas ya que hay lugar para más de 80 personas. Más bien creo que se hacía la vista gorda.

Muy interesante ver cómo era una cocina en el siglo XVI:



 
Turismo al desnudo
 
Y claro, en Ámsterdam es al desnudo literalmente. Luego de la recorrida por el Barrio Rojo, volvimos con Ernesto -guía de lujo- a La Vie en Proost, un bar donde hay baile en el caño. Pero baile de verdad, nada de la pavada de Tinelli. Y como dice Cecilia, eso más que venta de sexo es venta de cariño. Así las chicas hacen de todo con los hombres menos consumar por una propina. Lindas chicas todas y algunas muy buenas bailarinas también.
 
Más curiosos (nosotros incluídos) que interesados en ser franeleados, pero claro en palabras de Ernesto "Este es el sexo más barato que se puede conseguir en Ámsterdam". La entrada sale 5 euros y una cerveza 6. Ahora para que te bailen y hasta poder toquetear un poco ya estamos hablando de 20.
 
 
 

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