martes, 14 de octubre de 2008

Inglaterra

Londres

Claro, se imaginarán que no sé por dónde empezar…. Y tampoco supe por donde terminar porque Londres es para quedarse a vivir si uno quiero recorrerla toda y hacer todo lo que hay para hacer. Así que hay que saber elegir…

Primer día, instalarme en el hostel y sentir un poquito la ciudad (ahora que me estoy poniendo canchera, se me acaban los viajes…). Así que partí hacia Picadilly Circus. Ya no hay dudas: las calles tumultuosas, ruidosas y brillantes no son mis predilectas. Terminé cenando en el Soho en el restaurant macrobiótico. Cool, ¿no?



Segundo día, nublado y lluvioso, algunos hitos obligados. El Big Ben me emocionó un poco, pero con el London Eye confieso que hice la gran turista asiático: saqué la fotito y seguí camino. ¿Subir? Naaah…




En Westminster Abbey pasé un rato largo. Definición: enorme mausoleo. Muy emocionante estar en el Poets’ Corner donde están enterrados o tienen una placa recordatoria todos, grandes: Geoffrey Chaucer, Tennyson, Lewis Carroll (la placa con una hermosa niñita cual Alicia, el muy perverso), DH Lawrence, Lord Byron, George Eliot, Auden, Anthony Trollope, R. Browning, Jane Austen, William Wordsworth, Shakespeare, las hermanitas Brönte, Coleridge, Shelley, Johnson, Dickens, Kipling, Thomas Hardy, GF Handel, James Wyatt… Se sentía la energía. Me pasé un rato ahí ¡y después me salieron unos puuuuuemas!

Por la tarde, National Gallery. ¡Al fin, los museos son gratis en algún lugar del mundo! Lo mejor:

Raphael, St Catherine of Alexandría

Y volver al living de mamá y papá con:

Picasso, Child with a dove

Plan para el tercer día: British Museum. Sorpresa del tercer día: un sol radiante que me pedía a gritos que no me encerrara entre cuatro paredes. Plan B: Kew Gardens.

Y como tooooodo es yin-yang en esta vida, Inglaterra tiene un clima fatal pero eso la hace extremadamente verde y bella y, como supo decir algún amigote inglés en su momento: “In the rare occassions when the sun comes out, it’s amazing” (En las rarísimas ocasiones en las que sale el sol, es alucinante.). Si no, vean…







Luego de caminar 7 horas por el predio y sacar más fotos que en todo París, creo, me pareció que era hora de volver.

El jueves, y para mi grandísima sorpresa, también amaneció soleado. Así que tampoco hubo museo. La alternativa fue Primrose Hill, lugar que no muchos conocen y que a mí me había quedado fuera de radio (¡no estaba en mi mapa!). Pero como fue día de encuentro con oooootro primo (Nicolás, viviendo en Londres temporalmente mientras termina su Master en Business Administration) aproveché que él tenía claro cómo llegar y allá fuimos. Mucho picnic en la lomada, muchas grúas en el horizonte.




Caminar la ciudad acompañada me hizo ver cuán distinto puede ser de viajar sola. Me doy cuenta de que a esta altura puedo resultarme aburrida y que el estar con Nico, que además es familia, me permitió aflojarme un poco. Miren si no.



La recorrida siguió un poco más recatadamente e incluyó: Regent’s Park, donde Nico demostró sus habilidades como encantador de ardillas; Abbey Road, donde hicimos la típica foto (noten a la inglesa delante mío, por favor) y nos reímos de lo lindo con los otros cuatro gatos locos que había por ahí; Tower of London (de plástico –ie turístico- y carísimo) y Tower Bridge, donde por fin entendí que uno de los grandes íconos de Londres NO se llama London Bridge; y St. Paul’s Cathedral, con su altísimos y bellísimamente coloridos techos (de los que pude hacer una foto mental).



Tower Bridge
London Bridge


Me alegró haber hecho programa con Nico. En Buenos Aires no nos vemos nunca (pero nunca, nunca, eh), así que descubrí que podemos pasarla bien y entendernos.

El viernes, día par, estaba el show del cambio de guardia. En fin… Qué decir, más que que podría haber usado mi tiempo en otro cosa… Eso sí, cuando la banda toca enmudecen todos.



Por la tarde había quedado con un inglés radicado en Gales (escritor e ilustrador de cuentos infantiles, amante del arte en todas sus formas) para ver el Tate Modern. También fue interesante recorrer un museo con semejante partenaire. Aunque, como sus gustos tienen más que ver con el renacimiento, la experiencia resultó como recorrer las galerías con Jack, el destripador del arte: vio este Magritte y dijo: “yo veo mala perspectiva, proporciones, los colores no están bien, etc.”

L’Homme au Journal. René Magritte, 1928

Y yo, que siempre aclaro que no se nada de arte y que sólo puedo hablar desde mi idea de lo que es bello, disfruté del intercambio que su visión aguda propició.

Luego, y finalmente, me quedó una hora para el British Museum. Sólo llegué a ver el pabellón griego y egipcio. Ya lo dije creo, no puedo evitar el sabor agridulce: disfruto de ver esas bellezas, pero no paro de pensar en cómo esas obras llegaron a estar delante mío. Imposible explicárselo al inglés. Gran museo, lleno de maravillas que no me dio ganas de recorrer más allá de ahí.




Sábado: día de Mercado. Y para Portobello Road me enganché a dos españoles como compañeros. Unos flojos, la verdad. Toni nos abandonó a la hora y media; y Eva me colgó a mí una hora después. Así que quedé sola para recorrer el mercado más inmenso, colorido y variado que haya visto jamás.




Gran sorpresa: en una callecita perdida en el laberinto de puesto encuentro el lugar donde pasaría toooodo mi tiempo libre: The Cook Book Shop. Y, ¿cómo evitarlo?, gasté una fortuna en un bellísimo libro sobre historia de la comida.



Gran emoción: el diálogo con un inglés de unos cincuenta y pico dueño de un puestito de cachivaches, que al saberme argentina me miró a los ojos y me dijo: “Es un hermoso día* para hablar de la guerra, de las Falklands, las Malvinas, pero nunca en mi vida conocí un argentino que no fuera buena persona. La gente común no tuvo nada que ver con lo que pasó, fueron nuestros gobernantes, Thatcher que necesitaba recobrar su popularidad.” Me hizo emocionar hasta las lágrimas porque esa misma mañana ante la pregunta de Toni sobre cómo me sentía siendo argentina en Londres (quería saber si sentía resentimiento o algo así), mi respuesta fue: ¿cómo culpar a los ingleses de lo que pasó con el gobierno que teníamos? La gente común (“the man in the street”) nunca está detrás de estas cosas.

*¡cuarto día consecutivo de sol radiante en Londres!!!

Medio mareada por las emociones de un día precioso, partí al Globe Theatre. La visita guiada: 8,50 libras; ir a ver una obra: ¡5 libras!! Así que me saqué una entrada y volví más tarde. La obra recibió una ovación de pie no sé muy bien por qué, y yo simplemente disfruté de vivir el teatro a-la-medioevo: parada en el medio de un gentío en el centro de la galería con el cielo abierto sobre mi cabeza.

Para terminar, el Speaker’s Corner. Un flash.



Y la anécdota simpática: una conversación con un irlandés de unos 60 y pico sobre el porridge de avena.

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